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La tradicional tienda del centro de Santander celebra cien años de vida comercial tras el mostrador

'La Encarnación' no hubiera quedado bien. No era comercial. No encajaba. Por eso, Encarnación Cieza tomó el nombre de su hermana, Concepción, para bautizar su idea. Antes, los contratos, la primera cuenta corriente, las obras... Todo ello, con permiso marital por escrito. Eran otros tiempos. Hace más de cien años de aquella historia. 'La Conchita' ya se ha ganado esa etiqueta que una ciudad pone a los 'de toda la vida'. Más de un siglo de comercio. Ahí es nada.

Ni los más viejos del lugar recordarán que la tienda estuvo, en principio, en la calle Atarazanas. Allí abrió la puerta en 1908. Pero, tal vez para no dejar de crecer en paralelo a la historia de Santander, el fuego se llevó por delante el local que ya regentaba el hijo de Encarnación, Pedro Casuso. Recién casado y con dos mellizos, a él le tocó empezar de nuevo en Isabel II, a la sombra de un mercado emergente. Uno de esos dos pequeños era Pedro Jaime Casuso, que habla con orgullo desde el despacho de la primera planta de un centenario de ventas... Está lleno de fotos, de historias, de recuerdos con nombre propio de apellido familiar. Él se hizo cargo de la tienda cuando un pañuelo costaba 50 céntimos de peseta y el periódico, 25 céntimos. Cuando a la Plaza de La Esperanza acudían vendedores de toda la provincia que paralizaban la calle con sus carros tirados por burros. Cuando olía a pimientos de Isla, a patatas de Cueto...

Ahora ha llenado el local de carteles que dicen 'Cien años a su servicio', 'Gracias por contar con nosotros'... Y tal vez porque el destino supo que 'La Conchita' fue cosa de una mujer, Casuso tuvo seis hijas. Todas se dejaron ver alguna vez por el mostrador antes de tomar su camino. Ana y Mariam aún siguen. Y cuando los nietos empiezan a circular entre mantelerías, toallas, pañuelos, batas, calzoncillos o paños de cocina con la receta de la tortilla de patata, sabe que la quinta generación ya está a punto.

Pasado y Futuro

A ellos les contará que con los Beatles y las melenas pasaron los tiempos de la boinas, que antes vendían pantalones y ropa de caballero, que su abuela sabía que a 'calle mojada, cajón seco' y que los antiguos viajantes acudían a la tienda a enseñar el muestrario. Éso espera. Aunque sabe que son tiempos difíciles. «Aquellos tiempos gloriosos no son los de hoy», dice con cierto regusto de nostalgia. La crisis también golpea en este rincón del Santander del centro.

«Unos artículos sufren más que otros -cuenta- y de los que nosotros vendemos, de los de puertas para adentro, no se puede presumir con el vecino... Pero siempre habrá sitio para una manta, para un pañuelo... Y para una boinuca».

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